Sandra siempre decía que la melancolía es una cuestión de actitud, pero María aseguraba que la melancolía es una cuestión del clima, como haciendo alegoría a la novela de Camus “L'étranger”, en cuya trama el personaje principal asesina a un hombre porque tiene calor, sin llamar melancolía a lo que sea que Mersault siente en aquella tarde de crimen. Yo creo que la melancolía es un estado de la mente, en el que ahora no quisiera ahondar con objetividad simplemente porque le tengo eterno respeto, por inesperado, por a veces incurable, por a veces siniestro. Sin embargo, y tal vez sólo porque ha sido el inicio de este relato, haré de la melancolía alguna parábola que traiga ficción, para así creer que la vida y sus atrocidades pueden ser explicadas de manera distinta; la no científica, la no formal.
La melancolía según Amoeba Azul, o séase yo, se define como el desencanto del encaprichamiento malva, más gráficamente dado, se conoce como desflorar los límites de la perspectiva transportable, así tal cual, dos líneas dibujadas con lápiz que un ente vulnerable puede mover, como si cargase una rama de manera horizontal, de un lugar a otro, cambiando el panorama que antiguamente definía el entorno del mismo ente, de otros entes conocidos o de entes completamente ajenos al ente que incluso era ajeno a la perspectiva antigua; que de esta última característica se puede llevar los años, las eras o simplemente los segundos.
Dado el desfloramiento de la perspectiva transportable es como viene levante el desencanto del encaprichamiento malva, como una actitud física y visual de encubrimiento; encapotarse bajo un toldo gris nebuloso, con olores combinados y recuerdos de toda índole, tal cual la añoranza pero la melancolía los hace saber distintos, pero para no extendernos en explicaciones que no se me apetecen ahora, las dejaremos en grises, pues lo que más me interesa recalcar es, que la melancolía es gris.
Gris Oxford, gris calavera, gris de carretera sobre la montaña y bajo la lluvia, gris de ciudad avejentada, gris de ciudad nueva pero sólo por desconocida, gris de cinema en viernes sin amigos, gris de escritorio atiborrado de escritos, gris de sábado de escritorio, gris de teléfono local sin llamadas internacionales, gris de fotografías-momentos irrepetibles, gris de pasado ayer, pasado antier, pasado hace mucho, gris de no ayer en hoy, gris de conjuro místico e irremplazable. Gris de ayer, y créase el ayer incluso como el segundo acabado de pasar; consumido en vivencia y tiempo.
Recálquese en mi escrito que la melancolía no es igual que la añoranza, la tristeza, la morriña, la exantropía, languidez, depresión, hipocondría, pesimismo, soledad, pesadumbre o desconsuelo.
Dígase también que la melancolía no es tóxica y mortal, incluso es, de las anteriores penumbras mencionadas, la única que tiene magia, como rayos solares que se filtran de entre las nubes y más por debajo de las nubes iluminan el mar. La melancolía, contraria a la tristeza o la hipocondría, no es para enloquecer. Es una dádiva de la vida, traída sí, muchas veces por un ente iconoclasta (que no es precisamente humano, o precisamente bestia, animal carroñero, fantasma de la noche o deidad del silencio), que lo único que busca es ir de uno a otro plano existencial, no multiforme, pareciendo su actividad como barrabasada, sebo o grieta de la vida, pero sólo los felices; amantes de la vida por convicción, sabrán tomar la melancolía como una hogaza del tiempo; con la que al cambio de perspectiva podrán, ir al revés de las líneas, cambiar la hoja del dibujo, trasponer una cota en escala distinta, dibujar un sol, dibujar una luna, llorar sentado bajo la nueva perspectiva que puede ser sólo supuesta, pero sabiendo siempre que nueva, usada o inventada por otros, puede ser provechosa, siempre bajo la condición de “transportable”; nunca fija, nunca la misma. Sabiendo también que de la melancolía a la tristeza, que sí es enfermedad, hay un solo paso; dejar ir, dejar pasar.
*Nota: usé una técnica no corriente en la que elijo de un diccionario varias palabras al azar, las que sean, y voy escribiendo lo que se me vaya ocurriendo pero incluyéndolas coherentes en el orden en que las elegí, puras, sin conjugaciones o variaciones, en este caso fueron trece, algunas que no son de mi agrado, pero el ejercicio sirve para aprender a trabajar incluso con esas palabras que no te gustan y sobre todo para usar aquellas a las que tampoco recurres, porque pareciera que no, pero en cuestión de palabras también tenemos favoritas.
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